Vacaciones playeras en Europa: Cadaqués, España

Durante las últimas dos décadas he viajado por toda España tanto por trabajo como por placer, pero el pueblo costero catalán de Cadaqués había pasado desapercibido en mi radar. El año pasado, mientras mi esposo trabajaba en Cataluña y tenía algunos días libres entre trabajos, propuse un encuentro improvisado. El requisito: que fuera junto al mar.

Soy una optimista de los mapas, lo que a veces lleva a decepciones. Paso horas siguiendo con el dedo carreteras costeras que prometen acantilados salvajes o arenas prístinas salpicadas de encantadores pueblos pesqueros y chiringuitos. Sin embargo, la realidad a menudo no está a la altura de mis fantasías, y mi viaje soñado termina guiándome a través del más familiar entorno costero de España, lleno de altos bloques de hormigón y bares irlandeses artificiales. Cadaqués, sin embargo, parecía prometedor: un pequeño punto en una cala mediterránea al final de una tortuosa carretera montañosa de 16 kilómetros, donde los Pirineos ceden ante el mar y rodeado prácticamente de nada. Hasta ahora, todo bien.

Teniendo en mente la máxima de Robert Louis Stevenson de que es mejor viajar con esperanza que llegar, decidí disfrutar de todo lo que el camino nos ofreciera: cada monstruosidad de bloques de hormigón y cada giro neón destellante. Lo que no esperaba mientras descendíamos por las últimas vueltas vertiginosas hacia el mar, era la perfección absoluta en cada curva.

Cadaqués es un paraíso estético: nada desentona. Ferozmente protegido por un grupo de artistas locales en los años 50, ha logrado la rara hazaña de conservar su encanto sin convertirse en una caricatura disneyficada o en una pieza de museo fosilizada. Anidado alrededor de una bahía en forma de herradura, su laberinto de calles empedradas y casas encaladas se precipitan hacia el mar, la bahía iluminada por una luz incandescente que te recuerda lo lejos que estás de Gran Bretaña.

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Esta luz inspiró a Salvador Dalí a establecer su hogar en Cadaqués, describiéndolo como “donde lo real y lo sublime casi se tocan”. Con los años, muchos otros artistas llegaron y cayeron bajo su hechizo, incluidos Picasso, Miró y Duchamp, y el espíritu creativo permea la ciudad, demostrado mejor por cómo los residentes de Cadaqués utilizan las tapas de sus contadores de electricidad como lienzos de artistas.

La casa de Dalí es ahora un museo, pero nunca llegamos tan lejos. Con solo unos días, simplemente era suficiente estar vivo en la radiante luz, pasear por el promontorio entre los pinos y bañarse en las cálidas y claras aguas de la bahía. Por la noche, el pueblo está en plena actividad, pero al relajado estilo catalán. La acción se centra en el casino bar/cafetería/galería, un imponente edificio neoclásico en el paseo marítimo originalmente establecido como una aseguradora mutual, que ahora opera como una “sociedad de amistad”, conservando un ambiente comunitario detrás de su grandiosa fachada.

Es fácil ver por qué Dalí llamó a Cadaqués “el mejor lugar del mundo”. En nuestra última mañana, nos demoramos tanto como fue posible. Nuestra última acción fue un descenso precipitado por un acantilado, pasando por bougainvilleas escarlatas y romero fragante, para quitarnos la ropa y darnos un último chapuzón, como para absorber la magia de Cadaqués en nuestros poros y llevarla con nosotros a casa.