Cada mañana, durante las últimas décadas, a menos que estuviera viajando en su Albania natal, Ismail Kadare se sentaba en la misma mesa del café Le Rostand con vistas a los Jardines de Luxemburgo en París, y escribía. Por la noche, veía las noticias en la televisión albanesa, y por la mañana su esposa, Helena, le contaba las últimas novedades de Le Monde, pero una vez que llegaba a su mesa ya no estaba en nuestro siglo, sino en un pasado antiguo que reflejaba eventos contemporáneos en las historias de Grecia y Roma.
Recordaba haber leído los clásicos griegos cuando tenía 11 años, “después de lo cual”, dijo, “nada más tenía poder sobre mi espíritu”. Esta sombra antigua impregnaba toda la obra de Kadare. Sus obras de teatro, cuentos, poesía y ensayos, sobre todo sus 36 novelas, pueden leerse como una denuncia del poder absolutista en forma de reinterpretaciones de algunos de nuestros primeros mitos. Cada guerra, según la lectura de Kadare, hace eco de la tragedia de Troya; cada desplazamiento forzado, la difícil situación de Odiseo.
Bajo el régimen de Enver Hoxha que duró desde 1944 hasta su muerte en 1985, la Albania comunista fue escenario de detenciones arbitrarias, tortura aprobada por el estado y ejecuciones diarias. Para poder seguir escribiendo, en 1970, a los 34 años, Kadare comenzó una breve carrera política como miembro del parlamento comunista albanés, lo que le permitió viajar al extranjero y que sus libros fueran traducidos. Sin embargo, después de escribir un poema satírico sobre el régimen de Hoxha, estos privilegios fueron retirados, y sus manuscritos tuvieron que ser contrabandeados a Francia por su editor francés, Claude Durand. Dos décadas después, Kadare huyó a Francia donde solicitó asilo político.
A partir de entonces, la obra de Kadare se publicó en albanés y francés simultáneamente. Libro tras libro, Kadare narró la historia de su país, desde los antiguos tiempos en los que los primeros bárdos albaneses cantaban canciones que se cree inspiraron las de Homero, pasando por sucesivos regímenes opresivos – los romanos, los otomanos, los italianos, los nazis y los comunistas. Bajo la mirada implacable de Kadare, Albania se convirtió en un escenario universal en el que se representaban meticulosamente las grandes tragedias de nuestro pasado legendario.
Debido a una sola novela publicada en 1977, El Gran Invierno, que retrataba a Hoxha como un gobernante benevolente, Kadare fue acusado de colaboracionista, a pesar del evidente espíritu antitotalitario de toda su obra. “Esa novela fue el precio que tuve que pagar por mi libertad”, dijo cuando fue galardonado con el primer premio Man Booker Internacional en 2005. “¿Estarías satisfecho solamente”, preguntó a un crítico, “si te mostrara mis uñas arrancadas? Elegí darle al régimen un respiro para que se me permitiera seguir escribiendo.” A pesar de la acusación, los albaneses consideran hoy a Kadare su escritor más destacado. Después de la caída del comunismo, a Kadare se le pidió que se convirtiera en un presidente consensual por ambos principales partidos políticos albaneses; él declinó, diciendo que su obra estaba en el ámbito de las palabras.
En el universo de Kadare, todos estamos vigilados por un ojo todopoderoso y juzgador al estilo de Jehová que condena cada una de nuestras acciones como defectuosas. Como en el mundo de Kafka, nuestros pecados no tienen nombre; simplemente el hecho de que se nos diga que somos culpables nos obliga a aceptar el castigo en forma de sumisión incondicional y obediencia ciega. En esta atmósfera insondable, todo depende de caprichos, y cada valor social puede volverse negativo o positivo en un instante caprichoso. Las dictaduras, argumenta Kadare, engendran la falsedad, el egoísmo, la desconfianza, el miedo y la irracionalidad. En el estado actual de nuestro mundo, esto solo hace que la lectura de Kadare sea esencial.
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