Cuando comencé a trabajar como stripper, tenía 24 años. Una amiga y yo decidimos probar suerte en un club de striptease en Berlín, motivadas por la necesidad de dinero. A lo largo de los años, mi visión de la industria ha evolucionado, pero las preguntas sobre mi vida amorosa siguen siendo las mismas. La heterosexualidad se da por sentada en este ambiente, donde la expresión de género no conforme no es bien vista. Mi primera relación con un hombre heterosexual como stripper no fue fácil. A pesar de que mi pareja se consideraba feminista, no aceptaba mi elección de carrera.
Después de intentar que mi novio comprendiera mi trabajo, decidí tomar medidas extremas. Conocí a un cliente en el club y continuamos la fiesta en un hotel de lujo. Le envié una foto a mi novio para demostrarle que no estaba haciendo nada malo, pero su reacción me hizo darme cuenta de que no entendía mi trabajo. Nuestra relación terminó, ya que él no podía aceptar mi trabajo como stripper.
Mi experiencia me ha llevado a reflexionar sobre cómo se percibe la bisexualidad en la sociedad. A menudo se ve como una disposición para tener relaciones con personas de ambos sexos, pero para mí, es mucho más que eso. Mi exnovio nunca entendió mi orientación sexual y llegó a fetichizarla, sin comprender la importancia que tenía para mí. Su incapacidad para aceptar mi trabajo y mi sexualidad me hizo darme cuenta de que no me veía como realmente era, sino como un objeto de su posesión.
A pesar de los desafíos a los que me enfrenté, el striptease me ha dado independencia financiera, ha sanado heridas emocionales y me ha permitido crecer como persona. Aunque mi exnovio solo veía mi desnudez como un problema, para mí era parte de mi trabajo y de mi identidad. Aunque nuestra relación terminó, sigo orgullosa de ser quien soy y de haber encontrado la fuerza en el striptease.
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