Hasta hace unos días, Antonietta Moccia, una ama de casa de 61 años, tenía poca esperanza de que las autoridades italianas alguna vez abordaran el vertido ilegal de residuos que había afectado durante mucho tiempo a su ciudad y a otras al norte de Nápoles. Su hija fue diagnosticada con un cáncer raro a los 5 años en una zona donde se han relacionado grupos de cánceres con la contaminación. Pero sus años de marchas, sentadas y consolando a vecinos cuyas vidas fueron trastornadas por las muertes prematuras de sus seres queridos habían dado poco resultado. Por ejemplo, señaló con la cabeza una montaña de basura: escombros de construcción, objetos varios y bolsas de plástico rellenas de desechos variados, amontonadas a lo largo de una polvorienta calle trasera en Acerra, su ciudad natal. “Necesitamos menos palabras y más acción”, dijo. “Ha habido palabras durante años”.
