Tus mitocondrias continuamente producen la energía requerida para mantener las funciones más importantes de tu cuerpo. Cuando este suministro de energía se agota más rápido de lo que se repone, los sistemas de tu cuerpo comienzan a funcionar mal, lo que lleva a una cascada de disfunciones que preparan el escenario para la enfermedad.
Un cuerpo enfermo es como un automóvil que se ha quedado sin gasolina. No importa cuán bien se mantengan sus componentes, no funcionará sin combustible para alimentar su motor. De manera similar, cuando la energía celular es escasa, incluso un cuerpo que parece saludable desde el exterior luchará por mantener sus procesos internos.
A pesar de esta conexión fundamental, la medicina moderna a menudo se centra en tratar los síntomas en lugar de abordar el problema subyacente: un profundo déficit energético dentro de las células. Esta crisis es mucho más prevalente de lo que la mayoría se da cuenta.
Factores cotidianos, como tu dieta, estilo de vida y exposición a toxinas y estresores ambientales, agotan tus reservas de energía y perturban la capacidad de tus mitocondrias para generar más energía de manera eficiente. Hasta que estos factores se resuelvan, la capacidad de tu cuerpo para sanar y prosperar permanece comprometida.