Como el nuevo primer ministro de Haití, un país sin presidente ni Parlamento, donde las pandillas han destruido docenas de comisarías y matado a miles de personas, Garry Conille tiene posiblemente uno de los trabajos más difíciles de cualquier líder en el Hemisferio Occidental. Ha asistido a funerales de policías asesinados y se ha reunido con sus viudas. Despidió al jefe de policía —culpándolo por no luchar contra las pandillas— y nombró a uno nuevo, además de dar la bienvenida a un contingente de policías de Kenia para ayudar a aliviar la violencia. Pasó la semana pasada tocando puertas en Washington con un mensaje urgente: “Este no es momento para la fatiga de Haití”.