Por qué ampliar el acceso a métodos alternativos sin drogas para el manejo del dolor puede ser la clave para mejorar los resultados de los pacientes con dolor crónico.

El dolor crónico es una condición debilitante que ha desconcertado durante mucho tiempo a los profesionales de la salud porque no siempre está vinculada a daños visibles en el cuerpo. Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), aproximadamente uno de cada cinco adultos o 50 millones de personas en los Estados Unidos (EE. UU.) experimenta dolor crónico, definido como dolor que dura más de tres meses. Esto representa un importante problema de salud, ya que el dolor afecta casi todos los aspectos de la vida de una persona, incluyendo el funcionamiento físico y mental, la productividad y la calidad de vida, y está asociado con costos financieros y sociales sustanciales.

En los últimos años, los científicos han llegado a creer que muchas anomalías espinales anteriormente consideradas como causantes de dolor crónico en la espalda pueden ser simplemente una consecuencia natural del proceso de envejecimiento; para la mayoría, estas anomalías (por ejemplo, hernias discales, deformidades vertebrales, etc.) no causan dolor en absoluto. Cuando el dolor está presente, estudios han sugerido que es menos una señal de daño grave o peligro para el cuerpo, y a menudo ocurre debido a que los mecanismos de señalización del dolor del cuerpo cambian con la edad. Ahora se entiende que en lugar de ser una respuesta continua al daño o lesión en el cuerpo, el dolor crónico podría derivarse de las señales erróneas del cerebro, que interpretan las sensaciones cotidianas como dolorosas. Esto es consistente con estudios recientes que indican que al menos el 80 por ciento de los casos de dolor crónico de espalda y cuello no están correlacionados con problemas estructurales claros.

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En vista de la realización de que los problemas estructurales pueden no estar causando la mayoría de los casos de dolor crónico, los investigadores comenzaron a explorar mecanismos basados en el cerebro e identificaron un culpable: la amígdala. Un área crítica en la orquestación de nuestra respuesta de lucha o huida, la amígdala actúa como el guardián de nuestro cuerpo, respondiendo a las amenazas con reacciones rápidas y protectoras y puede desencadenar una respuesta de dolor para detenernos en situaciones potencialmente peligrosas. Estudios de imagen han demostrado que la amígdala es extremadamente activa en los casos de dolor crónico, incluso cuando no hay daño estructural presente.