Mallorca, la isla del ruido

Para una isla en el Mediterráneo, el ruido solía ser limitado. Era una isla que solía tener la etiqueta de la isla de la calma. Santiago Rusiñol, quien describió Mallorca de esta manera, no reconocería la isla hoy en día.

Se podría esperar que la Tramuntana siguiera siendo un refugio de tranquilidad. Pero no lo es. Tres medidores de nivel de sonido compartidos por las fuerzas policiales de 13 municipios parecen no tener importancia. Los ayuntamientos esperan que estos medidores aborden la “delincuencia del ruido”, la de motocicletas y autos trucados y de monstruosidades tipo buggy que rugen por los centros de los pueblos.

Por una vez, el turismo no puede ser culpado únicamente por el ruido en las montañas. Tampoco se puede culpar a los sistemas de sonido móviles, aquellos de autos y conductores que parecen creer que todos quieren escuchar su techno a todo volumen.

El turismo es una causa, sin embargo, al igual que el creciente número de eventos con apoyo oficial. Cuando los hoteles se quejaron del Festival de Reguetón en Can Picafort, el alcalde de Santa Margalida consideró que esto era un poco exagerado. La gente se queja del ruido de los hoteles. Tenía razón, pero el ruido de una persona no hace que el ruido de otra persona sea mejor.

Puede que haya silenciadores y toques de queda en las terrazas, pero la gente hace mucho tiempo que ha dejado de preocuparse por su ruido inaceptable. Y la policía no actúa en verano porque tienen suficiente trabajo o porque solo tienen tres medidores entre 13 fuerzas.

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El ruido no es solo una cuestión de convivencia entre residentes y turistas, en absoluto, pero gran parte de ello se reduce a la convivencia, para la cual los ayuntamientos tienen responsabilidad, o se supone que la tienen. Están obligados a mantener la convivencia, al igual que están obligados a cumplir con su propia ordenanza para tratar el ruido y las vibraciones. Los ayuntamientos de la Tramuntana están haciendo algo, pero podrían hacer mucho más.