Lo que la gente no te dice sobre el tratamiento.

Cualquiera que nos mirara hace 20 años habría asumido desde afuera que éramos una familia perfectamente ‘normal’.
Mi esposo Kevin y yo, y nuestras hermosas hijas gemelas, Charlotte y Samantha, éramos felices y saludables, unidos por los sólidos cimientos de nuestro matrimonio.
Por supuesto, como cualquier familia, tuvimos nuestros altibajos. Pero siempre estábamos trabajando juntos para superarlos y seguir adelante. Estábamos bien. O eso pensábamos.
Nuestro mundo perfecto se desmoronó en 2004 cuando Samantha fue diagnosticada con un trastorno alimentario y TOC.
Ingenuamente inconscientes de las condiciones, o del tratamiento preciso necesario para nuestra encantadora hija, ambos creíamos que si confiábamos en la salud de Samantha al ‘sistema’ ella mejoraría, no teníamos motivos para pensar lo contrario. Sin embargo, resultó ser la curva de aprendizaje más empinada que jamás podría haber imaginado.
Al final, el sistema no pudo apoyar a Samantha y me vi obligada a educarme, formarme como consejera y cuidar de mi hija yo misma. Aprendí mucho en el camino.
Pero lo que más me sorprendió fue las cosas que la gente no te cuenta sobre la vida después de los trastornos alimentarios.

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