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Noruega está defendiendo su fondo soberano de riqueza, el más grande del mundo occidental y el cuarto más grande del mundo.
Mientras la marea está cambiando a nivel mundial después de la elección de Donald Trump, con muchas naciones ahora dando la espalda a las políticas ambientales, sociales y de gobernanza corporativa (ESG), el país escandinavo permanece firme. Pero Noruega puede permitirse no ceder ante las políticas de Estados Unidos y los gestores de fondos ansiosos por seguir la línea de Trump.
La clave para que Noruega tenga un fondo soberano de riqueza tan grande a pesar de tener solo una población de cinco millones y medio (alrededor del 60 por ciento del tamaño de Londres) radica no solo en sus reservas de petróleo y gas e inversiones tecnológicas astutas, sino en su ley que prohíbe gastar esos fondos por encima del 3 por ciento anualmente.
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Y de esa pequeña cantidad que el Banco de Noruega tiene permitido invertir, y a pesar de la presión continua para diversificar las inversiones lejos de empresas no-ESG, los noruegos no están escuchando porque pueden permitírselo.
Se dice que la cantidad que Noruega ha logrado mantener en la hucha de hierro fundido es actualmente suficiente para pagar las pensiones públicas durante los próximos 120+ años.
La ironía de su riqueza proviniendo del petróleo y el gas es que la están utilizando para alejarse de la dependencia de los combustibles fósiles. Por ejemplo, se espera que las ventas de automóviles en Noruega alcancen el 100 por ciento de autos eléctricos en los próximos meses, una tendencia que podría potencialmente ir en contra de la mano que les alimenta. Pero los noruegos permanecen imperturbables. Para los noruegos, lo más importante es alejar al mundo de la dependencia del petróleo y el gas.