En las últimas décadas, los proveedores de salud mental comenzaron a realizar pruebas de detección de “experiencias adversas en la infancia”, generalmente definidas como abuso, negligencia, violencia, disolución familiar y pobreza, como factores de riesgo para trastornos posteriores.
Pero, ¿y si otras cosas son igual de perjudiciales?
Investigadores que llevaron a cabo un gran estudio con adultos en Dinamarca, publicado el miércoles en la revista JAMA Psychiatry, encontraron algo que no esperaban: los adultos que se mudaron con frecuencia en la infancia tienen significativamente más riesgo de sufrir depresión que sus contrapartes que se quedaron en una comunidad.
De hecho, el riesgo de mudarse con frecuencia en la infancia fue significativamente mayor que el riesgo de vivir en un vecindario pobre, dijo Clive Sabel, profesor en la Universidad de Plymouth y autor principal del artículo.
“Incluso si venías de las comunidades más empobrecidas, no mudarte -ser un ‘permanente’- protegía tu salud”, dijo el Dr. Sabel, un geógrafo que estudia el efecto del entorno en la enfermedad.
“Daré la vuelta diciendo que, incluso si vienes de un vecindario rico, pero te mudaste más de una vez, tus posibilidades de depresión eran mayores que si no te hubieras mudado y vinieras de los vecindarios más pobres porcentuales”, agregó.
El estudio, una colaboración entre la Universidad de Aarhus, la Universidad de Manchester y la Universidad de Plymouth, incluyó a todos los daneses nacidos entre 1982 y 2003, más de un millón de personas. De esos, 35,098, o alrededor del 2.3 por ciento, recibieron diagnósticos de depresión de un hospital psiquiátrico.
Como era de esperar, los adultos que crecieron en vecindarios más pobres tenían más probabilidades de sufrir depresión, con un aumento del riesgo del 2 por ciento por cada descenso en el nivel de ingresos del vecindario.
Lo más sorprendente fue el mayor riesgo para los adultos que se mudaron más de una vez entre las edades de 10 y 15 años: tenían un 61 por ciento más de probabilidades de sufrir depresión en la edad adulta en comparación con sus contrapartes que no se habían mudado, incluso después de controlar una serie de otros factores a nivel individual, encontraron los investigadores.
El estudio no intentó encontrar razones para esta asociación, pero el Dr. Sabel especuló que mudarse era disruptivo para las redes sociales de los niños, lo que requería que reemplazaran sus grupos de amigos, equipos deportivos y comunidades religiosas, todas formas de lo que él llama “capital social”.
“Es a una edad vulnerable -en esa edad realmente importante- es cuando los niños tienen que hacer una pausa y recalibrar”, dijo. “Creemos que nuestros datos apuntan a algo en torno a la interrupción en la infancia que realmente no hemos explorado lo suficiente y no entendemos”.
Una sorpresa fue que el impacto negativo de una mudanza no se mitigó al mudarse a un área más próspera; los adultos que se habían mudado del quintil de vecindarios más pobres al quintil más rico tenían un 13 por ciento más de riesgo que sus contrapartes que no se mudaron. Aquellos que se mudaron de los más ricos a los más pobres, por comparación, tenían un 18 por ciento más de riesgo que sus contrapartes que no se mudaron.
El Dr. Sabel dijo que esto subrayaba la importancia del capital social que se desarrolla dentro de una comunidad establecida. Los jóvenes en vecindarios desfavorecidos todavía están “integrados en esa comunidad”, dijo. Al mudarse a un vecindario más rico, dijo, “tienes todas las desventajas” de una crianza más pobre, además del estigma de no encajar.
Una aplicación clara de la política, dijo el Dr. Sabel, es para el manejo de niños en cuidado estatal. Los datos sugieren que, para este grupo vulnerable, se deben evitar las mudanzas frecuentes entre hogares de acogida o cuidado residencial, dijo. Era más difícil aconsejar a los padres, dijo, pero aconsejó que, al contemplar una mudanza, los padres deberían considerar su impacto en los niños.
“La literatura señala claramente que tener estabilidad en la infancia, especialmente en la primera infancia, es realmente, realmente importante”, dijo.
No está claro si los hallazgos daneses son aplicables a los estadounidenses, que tienen una alta movilidad geográfica y tienden a hacer mudanzas a larga distancia. La Oficina del Censo de EE. UU. estima que un estadounidense promedio puede esperar mudarse 11.7 veces en su vida; la movilidad de por vida en la mayoría de Europa es una fracción de eso.
Shigehiro Oishi, profesor de psicología en la Universidad de Chicago y autor de un estudio de 2010 sobre los efectos a largo plazo de las mudanzas frecuentes en la infancia, dijo que el efecto negativo de las mudanzas dentro de los Estados Unidos podría ser mayor que en Dinamarca, ya que las diferencias en el plan de estudios y la calidad de la instrucción probablemente serían mayores.
Calificó el artículo como “un estudio de referencia” y “muy, muy metodológicamente sólido”. Dijo que los autores podrían haber examinado más de cerca los mecanismos causales, o los factores moderadores que podrían explicar por qué algunos niños, pero no otros, se vieron afectados negativamente por mudanzas frecuentes.