White Bird: A Wonder Story aterriza en la pantalla con una suave promesa de inspiración, un spin-off de la radiante Wonder, que considero una brillante obra maestra de cinco estrellas. Dirigida por Marc Forster, esta película intenta tejer una historia de bondad en medio del desgarrador telón de fondo de la Francia ocupada por los nazis. Aunque no alcanza las alturas elevadas de su predecesora, White Bird logra ofrecer una narrativa emotiva, aunque algo predecible, que tira de las fibras del corazón con su sinceridad. Es una película que disfruté genuinamente, aunque le falta la magia transformadora que hizo de Wonder una joya inolvidable.
La historia se centra en Julian Albans (Bryce Gheisar), el matón reformado de Wonder, que ahora navega por una nueva escuela con un persistente sentimiento de aislamiento. Su abuela, Sara (Helen Mirren), interviene para compartir su historia de guerra, un flashback que forma el núcleo emocional de la película. La joven Sara (Ariella Glaser) es una niña judía protegida por Julien (Orlando Schwerdt), un compañero de clase paralizado por la polio, y su familia durante la Segunda Guerra Mundial. Este marco vincula la película con los temas de empatía de Wonder, pero se siente inestable, como si el viaje de Julian fuera simplemente un trampolín para una lección histórica más amplia en lugar de un arco totalmente integrado.
Ariella Glaser brilla como la joven Sara, aportando una inocencia enérgica que gradualmente se endurece en resiliencia. Su química con Julien de Orlando Schwerdt es el corazón palpitante de la película, su vínculo florece a través de juegos imaginativos en un granero que sirve como prisión y santuario. Estos momentos de ligereza, como pretender que un viejo auto es un carro hacia la libertad, son conmovedores, aunque a veces se desvían hacia un tono caprichoso que choca con la cruda realidad exterior.
Helen Mirren, como la anciana Sara, le da a la película un esplendor que eleva sus momentos más tranquilos. Su narración es cálida pero penetrante, un recordatorio de las apuestas más allá de las paredes del granero. Sin embargo, su tiempo en pantalla es limitado, y las escenas de la actualidad con Julian se sienten subdesarrolladas. Wonder destacó al explorar profundamente la vida interior de sus personajes, pero White Bird se apoya mucho en el relato de Sara, dejando el arco de redención de Julian como más un segundo plano. Es una oportunidad perdida para unir plenamente las dos historias.
La cinematografía de Matthias Koenigswieser captura el idílico campo francés con un brillo que contrasta fuertemente con la oscuridad de la guerra. Sin embargo, este pulido a veces se siente demasiado impecable, suavizando los bordes crudos de la historia. En comparación con el realismo fundamentado de Wonder, White Bird corre el riesgo de suavizar su materia para un público más joven, una elección que suaviza su impacto.
El elenco de apoyo, incluida Gillian Anderson como la desinteresada madre de Julien, es la fuerza tranquila que ancla la valentía de la familia, aunque su papel, como muchos otros, se siente secundario en comparación con los jóvenes protagonistas.
En su mejor momento, White Bird ofrece momentos de emoción genuina. Una escena donde Sara y Julien enfrentan el peligro que se acerca a través de su imaginación compartida es tanto tierna como desgarradora, un testimonio del poder de la esperanza en medio de la desesperación. La banda sonora de Thomas Newman se hincha bellamente aquí, realzando el tono agridulce de la película. Sin embargo, estos momentos altos se ven atenuados por una previsibilidad que Wonder evitó; cada giro se siente anunciado, cada lección empaquetada de manera ordenada. El ritmo de la película se tambalea en su acto medio, quedándose demasiado tiempo en los confines del granero. Mientras la relación entre Sara y Julien se profundiza, la repetición de su rutina de esconderse y esperar ralentiza el impulso. Wonder mantuvo a su audiencia comprometida con una narrativa ágil y multifacética, pero White Bird a veces parece que está dando vueltas, esperando su clímax inevitable. Recortar quince minutos podría haber afilado su enfoque sin sacrificar el corazón.
White Bird destaca como una herramienta de enseñanza, ofreciendo una entrada suave a las narrativas del Holocausto para espectadores más jóvenes. Su énfasis en la compasión en tiempos oscuros es atemporal, y las actuaciones lo llevan lejos. Pero donde Wonder se sintió como una revelación, cruda, sorprendente y profundamente humana, esta película juega más seguro, descansando en tropos familiares.
Para los fans de Wonder, White Bird ofrece un regreso nostálgico a su universo, pero con un sabor diferente. Se trata menos de transformación personal y más de reflexión histórica, un cambio que puede no satisfacer a aquellos que esperan la misma profundidad emocional. Aprecié su gracia y la forma en que honra los pequeños actos de valentía, pero nunca captura del todo la chispa que hizo de Wonder un destacado. Es un pájaro que vuela admirablemente pero no llega a la misma estratosfera.
White Bird se está proyectando actualmente en los cines de Luna Palace.
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