La A.E.A.I. fue establecida con el propósito de mantener seguras las centrales nucleares y prevenir que su combustible y desechos sean utilizados clandestinamente para la fabricación de armas nucleares. Los inspectores de la organización no buscan ni cuentan las armas en sí, a pesar de que muchos en el Congreso y en todo el mundo creen que ese es su papel.
Grossi nació en 1961, cuatro años después de la creación de la agencia. Inició su carrera en el servicio exterior argentino, pero su verdadera ambición era dirigir la A.E.A.I., con su extensa red de inspectores altamente capacitados y su responsabilidad por la seguridad nuclear a nivel mundial. Era una ambición ardiente.
“Siento que me preparé para esto toda mi vida”, dijo en 2020.
Muchos podrían preguntarse por qué. Se trata del tipo de trabajo que generalmente implica largas reuniones en insípidas salas de conferencias, mediciones precisas dentro de las plantas nucleares y la instalación de cámaras a prueba de manipulaciones en lugares clave para asegurar que el material nuclear no se desvíe hacia proyectos de bombas.
El trabajo es tenso, pero por lo general no especialmente peligroso.
Por lo tanto, fue inusual cuando Grossi, intercambiando su traje por un chaleco antibalas, salió de un automóvil blindado en el sureste de Ucrania a finales del verano de 2022, mientras los proyectiles estallaban en la distancia. Rechazó una oferta de los rusos de escoltarlo desde su territorio. Como un funcionario de las Naciones Unidas muy visible, no quería otorgar credibilidad a las reclamaciones territoriales de Moscú.
En cambio, optó por tomar la ruta difícil a través de Ucrania, hacia un páramo sembrado de minas y vehículos destruidos. Al acercarse a la planta, un guardia ucraniano lo detuvo, indicándole que no podía avanzar, sin importarle que el propio Zelensky hubiera dado su aprobación a la misión.