Dos años después de las mortales inundaciones que azotaron Pakistán, están ocurriendo de nuevo.

Una tarde reciente, mientras caían fuertes lluvias monzónicas, Fauzia y su extensa familia de 15 miembros se acurrucaron bajo una tienda de campaña improvisada, con la parte superior remendada con grandes láminas de plástico.

Hace dos años, su casa resultó dañada en una de las peores inundaciones que jamás haya azotado Pakistán, una catástrofe que dejó más de 1.700 muertos y afectó a 30 millones. Su familia reconstruyó tres habitaciones con dinero prestado y la venta de ganado. Pero, como las lluvias torrenciales han vuelto este año, su casa ha vuelto a sufrir daños, lo que les ha obligado a quedarse en la tienda de campaña durante los chaparrones. Sus recuerdos de 2022 les llenan de miedo.

“Ahora nuestros hijos tienen miedo de la lluvia”, dijo Fauzia, que, como muchas mujeres del Pakistán rural, solo tiene un nombre. “Cada vez que llueve o el viento se levanta, se aferran a nosotros y gritan: ‘Nos ahogaremos’”.

Mientras lluvias inusualmente intensas azotan Pakistán durante esta temporada de monzones, Fauzia es una de los millones de personas en todo el país que recién se habían recuperado de las devastadoras inundaciones de 2022 y ahora se preparan para la posibilidad de perder lo que habían reconstruido.

Esa perspectiva ha provocado indignación entre algunos paquistaníes, que dicen que las autoridades no se han preparado adecuadamente para los últimos diluvios, que han matado al menos a 285 personas desde el 1 de julio, según la Autoridad Nacional de Gestión de Desastres.

Los funcionarios del gobierno afirman que han tomado medidas como la implementación de sistemas de alerta temprana y el fortalecimiento de los diques a lo largo de los principales ríos. Pero los críticos dicen que la inestabilidad política, económica y de seguridad de Pakistán ha dejado la recuperación de las inundaciones y las medidas de mitigación del cambio climático en el último lugar de las prioridades del gobierno.

Los grupos ambientalistas han criticado al gobierno por lo que llamaron esfuerzos de socorro demorados e insuficientes; infraestructura deficiente, especialmente en áreas rurales que no están preparadas para desastres de gran escala; y problemas generalizados de corrupción, mala gestión y falta de coordinación entre agencias.

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En las últimas semanas, Pakistán se ha visto afectado por fuertes lluvias y temperaturas inusualmente altas que han acelerado el deshielo en las regiones montañosas del norte. El agua de lluvia se ha convertido en ríos caudalosos que han empapado el sur.

Se espera que las lluvias torrenciales continúen durante semanas, según el Departamento Meteorológico de Pakistán.

En el remoto distrito de Alto Dir, en la provincia noroccidental de Khyber Pakhtunkhwa, un deslizamiento de tierra provocado por las fuertes lluvias monzónicas golpeó una casa a finales de la semana pasada, matando a 12 personas, la mayoría de ellos niños, dijeron funcionarios de rescate.

La provincia de Baluchistán, en el suroeste, también sufre inundaciones generalizadas. La infraestructura ha resultado dañada y se han interrumpido servicios vitales, incluido el suministro de gas a varios distritos, entre ellos Quetta, la capital provincial.

Los expertos han vinculado las inundaciones de Pakistán de los últimos años al cambio climático, ya que las lluvias se han vuelto más intensas durante la temporada de monzones, que va de julio a septiembre. El desastre de 2022 causó daños por un valor estimado de 30.000 millones de dólares, el equivalente a casi el 9 por ciento de la producción económica anual del país.

Las inundaciones dejaron cicatrices profundas en las aldeas de la provincia meridional de Sindh, donde Fauzia vive con su familia. Sindh, situada río abajo de otras provincias de Pakistán en el sureste del país, sufrió la peor parte de las inundaciones de 2022. 1.100 personas murieron en la provincia y casi ocho millones fueron desplazados.

El pueblo de Fauzia se encuentra en el distrito de Dadu, uno de los más afectados por las inundaciones de hace dos años. El pueblo se llama Allah Bachayo, que significa “Dios salva”. Las fuertes lluvias que provocaron las inundaciones de 2022 duraron más de 24 horas, dijo Fauzia, e inundaron toda la región. La familia sobrevivió subiendo a lo alto de un terraplén de un canal cercano.

Las lluvias torrenciales de los últimos días no han hecho más que agravar el sufrimiento. “El agua de lluvia acumulada fuera de nuestras casas nos ha provocado una enorme ansiedad y nos ha traído recuerdos traumáticos de las inundaciones de 2022”, dijo Fauzia, con la mirada fija en el agua estancada.

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Las labores de reconstrucción del Gobierno aún no han logrado reparar por completo los daños. La electricidad sigue siendo escasa después de que las inundaciones dañaran gravemente la infraestructura eléctrica. Muchas personas viven en tiendas de campaña improvisadas cerca de sus casas destruidas y los niños aún carecen de acceso a la educación.

Después del desastre, el gobierno de Sindh anunció un plan para reconstruir 2,1 millones casas, pero muchos habitantes de las aldeas se quejan de que sólo se ha entregado una fracción de la ayuda prometida.

Para quienes han recibido la ayuda, el pago de reconstrucción —1.078 dólares en tres cuotas— es insuficiente para construir ni siquiera una habitación de 16 por 18 pies sin cocina.

Shahzadi, una mujer de unos 50 años, tuvo que complementar la ayuda del gobierno vendiendo sus cabras y joyas, recaudando 450 dólares adicionales para la construcción.

En una tarde reciente, ella y su hija trabajaron incansablemente junto a un albañil, mezclando cemento y pasando bloques de hormigón para ahorrar en mano de obra. “No podemos permitirnos pagar a dos ayudantes 22 dólares al día cada uno”, dijo, con las manos cubiertas de barro. Dijo que el costo de los materiales de construcción se había duplicado desde las inundaciones de 2022.

Antes del desastre, Shahzadi vivía en una casa de tres habitaciones con su familia. Desde entonces, han pasado dos largos años viviendo en tiendas de campaña.

En cuanto a su nueva casa de una sola habitación, “no es un hogar, es un compromiso”, dijo con un suspiro, mirando la estructura a medio terminar. “Pero al menos nuestros hijos pueden vivir en una habitación en lugar de al aire libre”.

La crisis en las aldeas se ha visto agravada por dos años consecutivos de escasa producción de cosechas, como consecuencia de los daños en los sistemas de riego. Aunque no se ha restablecido el suministro eléctrico, los habitantes de las aldeas se quejan de que siguen recibiendo facturas de electricidad.

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En Sindh, los agricultores suelen cultivar dos cosechas al año: el arroz y el algodón en otoño y luego empiezan a plantar trigo a finales de octubre o noviembre.

Maqbool Ahmed, un pequeño terrateniente de 55 años, no pudo plantar trigo en 2022, ya que el agua tardó cinco meses en retirarse de sus campos.

Este año, Ahmed plantó arroz sólo en la mitad de sus tierras por temor a otra inundación. Sus temores estaban justificados: las lluvias monzónicas volvieron a inundar sus cultivos.

“Con este clima incierto, los terratenientes y los agricultores no pueden cultivar nada”, dijo. “Esto sólo provocará más pérdidas”. Ahmed, como muchos otros agricultores, ha contraído una deuda abrumadora después de que sus casas y tierras de cultivo sufrieran daños.

Muchas familias aún no han regresado tras ser desplazadas por las inundaciones de 2022. Decenas de miles viven en condiciones precarias en los barrios marginales de Karachi, una ciudad portuaria ya superpoblada con más de 20 millones de habitantes.

Estas familias desplazadas, que antes estaban arraigadas a la vida rural y a la agricultura, están luchando por adaptarse a la impredecible vida urbana.

Masooda, de 35 años y madre de tres hijos, comparte una estrecha casa alquilada en Karachi con otras dos familias desplazadas, por la que paga 53 dólares al mes por el alquiler y la electricidad. La casa de su familia en Dadu, construida con barro y paja, fue arrastrada por el agua hace dos años.

A pesar de las dificultades, Masooda expresó su gratitud por el sustento, por precario que sea, que le ofrece Karachi. Su esposo, cuya vista se ha deteriorado, gana unos dos dólares al día remendando zapatos con la ayuda de su hijo de cinco años.

“Al menos aquí mi marido puede trabajar y tenemos un techo”, dijo. “Es más de lo que tendríamos si hubiéramos regresado”.

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