Siempre deseamos explorar las escenas desde la intimidad de los personajes.

Santiago, 2018, y las agitadas protestas estudiantiles resaltan la violencia estatal en curso y la criminalización de la disidencia en el último largometraje de Diego Ayala y Aníbal Jofre, “Los Afectos”, que compite junto a nueve proyectos chilenos en el Festival Internacional de Cine de Santiago (Sanfic).

Habiéndose conocido en la escuela de cine, este es el segundo largometraje de ambos después de su título de largometraje de 2013, “Volantín Cortao”, que fue seleccionado para la Carte Blanche de Locarno y se estrenó en el Festival de Cine de Roma.

Producida por Valentina Roblero Arellano y Francisca Mery en Orion Cine de Chile y coproducida por Incubadora de Ecuador, la película sigue al inspector escolar Benjamín (Gastón Salgado) en medio de los disturbios, mientras la resistencia estudiantil hierve a fuego lento y él se cansa de Iván (Gianluca Abarza), un amigo cercano de su hija Karina (Catalina Ríos), quien la alienta a su audaz activismo. Cuando las autoridades la matan durante una manifestación, él se ve desafiado a reevaluar sus creencias de larga data.

El proyecto retrata delicadamente el funcionamiento interno de su protagonista mientras lucha con las rígidas responsabilidades de su trabajo mientras lidia con la violencia impuesta por el estado que se cobró a su hija. Un comentario colectivo a través de la introspección individual y el duelo comunitario, los personajes viven dentro de limitaciones tanto autoinfligidas como impuestas por la sociedad.

En el centro de esa lucha durante su adolescencia, Roblero Arellano contó Variedad que “conocer un proyecto que se centraba en las personas que conforman una sociedad, de la mano del estilo de realismo sensible que los directores han venido trabajando en su cinematografía, capturó mi interés”.

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“Desde entonces, hemos trabajado movilizados por los afectos como bandera de lucha, convirtiendo el difícil camino de la producción en un exquisito proceso de pensamiento cinematográfico, donde han aparecido elementos como la música, trastocando el lenguaje con una fisura en la realidad”, continuó.

Sin escasez de representaciones en pantalla grande de la tenaz agitación del país, “The Affections” demuestra ser una inmersión excepcionalmente seria y con conciencia de clase en las consecuencias de aferrarse a la ignorancia que alimenta el odio, y lo hace desde la perspectiva disonante y casi asfixiante de primera mano de su torturado protagonista masculino y los adolescentes que se supone que debe cuidar.

“En el proceso de realización de la película siempre quisimos abordar las escenas desde la intimidad de los personajes. Nos interesaba ver lo que pasaba en el pasillo del colegio, en las conversaciones personales, no en un aula llena. La convivencia es algo que siempre nos ha interesado explorar en nuestras películas; en este caso, fue una luz leer la definición de educación de Humberto Maturana: ‘Es una transformación en la convivencia’”, relató Ayala.

La narrativa frenética también cuestiona la masculinidad apática y ausente de la vieja guardia, ya que vemos a los jóvenes más estructurados y aptos que sus contrapartes adultas en varios puntos a lo largo de la película. El colapso de las figuras paternas en la pantalla se yuxtapone con la fuerza de la empatía adolescente fomentada.

“El personaje de Benjamín, interpretado maravillosamente por Gastón Salgado, intenta abordar a una generación que creció en un paradigma donde lo masculino renunció a lo emocional y sus excesos, pero que se enfrenta a un nuevo paradigma, donde los jóvenes sí le dan más espacio a la sensibilidad, cómo pueden aprender de eso también”, explicó Ayala.

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“Este proceso no es inmediato y conlleva situaciones difíciles, grandes cambios de perspectivas. A veces, hay cosas que no se pueden recuperar, hay que aprender a vivir con ello. En ‘Los afectos’ hay un espacio para permitirse cambiar dentro de lo masculino”, añadió.

Viñetas crudas de hip-hop y ritmos de palabra hablada aparecen a lo largo de toda la película, conductos para el inmenso dolor y la ira moderada que elevan la narrativa y respaldan la metamorfosis en curso de los traumas personales y políticos de los personajes.

“La película es una champurría de géneros audiovisuales, ni purista ni elegante, no le interesa permanecer cínica en su perspectiva, sino que se posiciona como un cine militante –tan golpeado muchas veces–, honesto para el momento que vivimos, en el que se rodó”, reflexionó Jofre.

“La incorporación de grandes artistas como Gianluca y Sara Hebe responde a esta inquietud de explorar posibilidades expresivas allí donde el realismo se quedaba corto ante el horror de lo ocurrido. Así nacen secuencias musicales en busca de una profundidad distinta, para llegar a sentimientos verdaderos e importantes”, añadió.

Con este proyecto, Ayala y Jofre defienden perspectivas diversas. La película tiene relevancia mundial en un momento en que los gobiernos buscan restringir la expresión presente en el cine independiente y regional, amenazando con silenciar a las comunidades que más necesitan una representación equitativa y alimentando un llamado a la fuerza en los números.

“Un ecosistema sano es aquel en el que hay una gran diversidad y coexisten múltiples formas de vida. Lo que está pasando en muchos países es muy grave y estos regímenes son muy variados en sus manifestaciones. Es cuestión de ver lo que está haciendo Milei en Argentina; yo digo que no hay que ir tan lejos. Creo que es una amenaza constante y hay que generar redes de solidaridad global”, explicó Jofre.

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“Este tipo de obras son fundamentales porque contrastan con la comunicación masiva de los medios de comunicación y las redes sociales donde se representa a un pequeño y millonario porcentaje de la población, donde las imágenes de las clases populares se reducen a juicios morales o a la caridad. Como cineastas, nos inspiramos en nuestro entorno. Parafraseando a la gran Lucrecia Martel, “la primera referencia debe ser siempre nuestro propio territorio”.